QUÉMALO

Es decir, fuma, uno a uno
cada cigarrillo que te dejo
o levanta la imagen escondida en el retrato
cada instante,
hasta que ya no quede nada en mí,
hasta que me desagüe lentamente entre tus huesos…
porque, he venido, debatiéndome,
entre mi ingenuo miedo acongojado,
y la lujuria intempestiva,
acorralada,
en la lívida liturgia de sentirte suspirándome.

Mátame ya,
no demores tanto en mi finito albedrío,
y luego no preguntes sorprendido
qué has de hacer más tarde con mi cuerpo…
y si soy yo quien sobrevive, no temas
será blanda y repentina, la tuya entre mis muslos,
lo prometo.

Sé, y lo ignoraba, que eres libre a tu manera
con tus viejas y pequeñas cosas,
las que vas dejando poco a poco en los rincones
con tu lengua, y en mi boca y en mis senos.

Y tú, qué
y esa angustia y su latido
retumbado en las paredes de mi audacia
cada vez que evidencias mi humedad entre tus dedos…
no dudes, habrá otra vez, la habrá,
y será más -o menos- trepidante,
aunque no sea contigo, esa, amor, en que me amen.