Miles Davis & John Coltrane - Autumn Leaves.mp3

viernes, mayo 18, 2007

INSTRUCCIONES PARA CORTAR EL AZAR (O COMO DESAYUDAR A UN LITERATO)

¡Váyase al diablo...! Quédese en presencia… o lárguese nadando de una vez por todas hacia la otra orilla de la casualidad a insolarse y emborracharse junto a los reyes domadores del alfabético bestiario. Luego, ya en la noche, con la piel como de “cuidado, no me toque, por favor”, vístase de pólvora y corbata, perfúmese de evento y diríjase, cargado de felices expectativas, al auditorio “las fenomenologías”, y espere desasosegadamente el final del juego, para que intente descubrir, por sí mismo, todas las armas secretas de las probabilidades humanísticas, a ver si al fin logra ganarse uno de los premios que insistirán en no darle nunca.

Y, mientras, otro vaya subiendo al podium a recibir el suyo, no crea, no, jamás, por más que le cuente el señor calvo de al lado a la derecha (que estará, al igual que usted, más o menos desconsolado, haciendo críticas audaces a la ceremonia y al certamen) ninguna de las historias de cronopios y de famas.

Después de los aplausos (sus manos quedarán rojas, adoloradas y acaso también humilladísimas), salga modestamente de entre los espectadores y camine cabizbajo hasta encontrar la plaza de los alrededores, en donde, probablemente, encontrará al lado de un desgastado pedacito de tiza (patéela, le ayudará a ir calentando los músculos) una extraña piedrecilla alisada y achatada (agáchese, tómela).

No se angustie, en seguida, antes de desinclinarse, se dará cuenta de que habrá un “trúcamelo” (dibujado en la tarde por unos niños con carcajadas poseídas de “quién sabe”), obsérvelo, rápidamente, ya en pie, mire a hacia ambos lados de sus orejas, no vendrá nadie o sí; igual ponga la extraña piedrecilla en la casilla número uno (también podrá empezar por la 73 o por la que usted elija; decida, prescinda…), bien está jugando a la rayuela, y debe, por lo menos, jugarla dos veces, a ver si aprende a desquitarse de encima esas ganas de dominarlo y saberlo todo el infinito.

Por favor, trate de no distraerse con el viejo, Moreli, que le estará mirando disimuladamente desde el banquillo, justo debajo del poste con luz amarillo luna.

¿Terminó? ¿Se hace tarde? ¿A casa? ¡Suerte!

Para evitar embotellamientos, atascos o tapones, baje por la autopista del sur, encienda la radio, tenga paciencia, que al final me agradecerá (como Benedetti) por el aprendizaje forzoso, porque ¡ay! bendecirá de todos los fuegos el fuego cuando llegue el frío, mientras le toque dar, apoyado sobre sus ojos, la vuelta al día en ochenta mundos.

No le ha bastado, lo intuyo. Aún cree que puede deshacerse a átomos y escaparse de la vida después de haberse robado los discos de blues y jazz de esa tienda. Lo siento pero, el perseguidor va tras usted con sólo medio mundo de distancia.

Tampoco se me ponga paranoico, le digo.

Le da tiempo para detenerse a beberse un mate en buenos aires, buenos aires. Y de paso, ya que conoce todos los ambientes, que ha jugado a la rayuela, y que sabe lo suficiente sobre arquitectura literaria, mire a ver si puede reconstruir 62/modelo para armar. Si lo logra, usted y sólo usted lo ha creído. Es in-armable.

Quizá, cuando llegue, porque así es el destino, se encuentre con la casa tomada por inquilinos sin contrato, invade terrenos. No pierda esperanzas, pelee el último round, que ese viaje alrededor de una mesa no le ayudará en nada. Si no gana y queda indigente, sueñe de vez en cuando con que está desnudo, sí, en esa misma orilla, en la misma playa de la isla a mediodía… o dedíquese a mirar la prosa del observatorio, allá antes de llegar, saltando de cara en cara, a los recintos de la puerta del octaedro.

¡Y allá si tenga mucho cuidado, eh…!

Que alguien que anda por ahí, por los territorios de los terrenos de un tal Lucas anda diciendo que usted y yo queremos tanto a glenda, que llegamos los dos tarde al objeto, y que nunca superamos las deshoras, porque cuando nos toca irnos con los autonautas de la cosmopista, llegamos medio mareados al encuentro, porque a ellos siempre les distrae, cada contingencia que ven caer del cielo, cada cosa, como la aurora, aunque, por supuesto, cualquiera otra, salvo el crepúsculo. Así, que, después de pasar, casi muerto de risa, por cada divertimento de la vida literaria y la escritura, vaya al médico, hágase el examen y dígale “adiós robinson, hasta nunca”.

¿No le fue suficiente un poco de absurdo y vitrinas? ¿No pudo cortar el azar en pedacitos tamaño arial doce? ¿No confrontó nada con las musas del café y ahora qué hago? ¿No pudo sacarse de la plantilla de los zapatos el pedazo de madrugada que le punzaba la planta del pie izquierdo?

¡Lea a Cortázar, entonces!