Ella, que jura postergar mi vida
a fuerzas de caricias y fotografías,
no me alcanza ni la pluma ni la tinta.
Ella, que se fue a vivir conmigo su alegría,
ahora pide a llantos las tecnologías
con que evade cada día mi melancolía.
Y yo, en la sala, entre la bachata y el balcón,
a dónde voy, sin enturbiar mi distracción,
tal vez salga a la calle y baje al malecón.
Con método y cizaña, me desgrarra el alma
y las ganas de amarla desde mañana hasta hoy.