No sé,
hay tantos ustedes en el mundo
que entre suspiros furtivos y en tumultos
se ocultan temerosos en los labios
una sonrisa,
y otra,
y una duda,
y qué tal,
pasando huecos y perfumes a otra mano…
y leyes,
sobre todo leyes que no cumplen.
Nadie va a decirme ahora
que ustedes
perfumados, huecos y sonrientes
son más inteligentes que nosotros.
No, no y no,
cien veces o tres, da igual
y eso lo sabemos los mendigos
los sabios amantes del sí, del esto.
¿Y… vosotros?
Vosotros (ustedes):
Aquello, eso, allá, quizás, ¡diamantes!
Un árbol, por ejemplo
y sus hojas que contamos,
una a una,
hasta que el viento, sagaz,
lo echa a perder todo.
Como (ustedes) vosotros
naciendo y muriendo sin sufrir un rasguño
sólo un solo soplo de vida en los ojos,
y ya.
Es que vosotros (ustedes) nacen
(Si saben lo que es nacer, por supuesto:
Animales, que se mueven, hacia…)
¿A qué?
¿Es que la gente va muriendo desde antes;
es decir,
desde el esperma,
que congelado hasta el deseo
busca su óvulo para engendrarlo?
¡Tantos millones de posibles muertes buscando una!
¡Una… para nada!
Pero eso ya somos todos:
tú, él, yo, ella, pronombres y nombres
Juana, Goerge, y así,
nada más.
Por algo dicen
que la eternidad ha sido siempre ajena a la fortuna
y que el azar, escrupuloso,
es el verdadero triunfo de lo que aún no ha sucedido.
¡Y (ustedes) vosotros celebrando
con sus copas y sus micos nuestra inercia…
perfumados, huecos y sonrientes!
No, no y no, cien veces o tres, da igual
y punto, o muchos.