Miles Davis & John Coltrane - Autumn Leaves.mp3

miércoles, agosto 06, 2008

TACHUELA

Y así supimos que ella sería siempre una especie de Maga, agobiada con las cosas de la vida que se ven y se perciben, jugando a ser cualquier cosa menos otra, y yo, metido en un extravagante hoyo convexo a fuerza del humo de todos los cigarrillos alborotándome hacia arriba, pensando que la vida era cualquier cosa menos aceptarla como principio universal de puras apariencias fingidas, refugiándome en un saber incierto y violento, luchando por no ser un Oliveira ni Oliveira, pero Oliveira al fin y al cabo.

Quizás fue pura coincidencia que nos pareciéramos tanto, porque tú, por qué leíste Rayuela, por qué aceptaste seguirme en ese juego de reglas desconocidas aquella noche en que nos encontramos por primera vez fingiéndonos un mundo cortazariano, tan lejos de Paris o Buenos Aires, metidos justo ahí en ese lugar, entre esas calles y avenidas innombrables de un Santo Domingo absurdo y somnoliento.

Sólo de pensar en la estética literaria que se rompe con dos codornices bajando desde la Veintisiete de Febrero hacia la Lincoln, en la búsqueda insospechada de un banco de sentarse frente al mar en la George Washington, da ganas de irse a vivir a Francia o a la Argentina, y no seguir sufriendo la desdicha de saber que no nos hemos independizado nunca ni de los haitianos de Mil Ochocientos Cuarenta y Cuatro ni de los norteamericanos de Mil Novecientos Dieciséis y Mil Novecientos Sesenta y Cinco, nuevamente, otra vez; porque tú y yo sabemos muy bien que aún unos siguen mandando a construir y otros construyendo y viceversa.

Pobres pequeñas codornices sin vuelo condenadas a andar a breves saltos, a ir esquivando puntaditas de un extremo a otro, soportando el tedio y la nostalgia de todos los que no se han atrevido a cortarse de una vez por todas las plumas de las manos. ¿Cómo darle de un sorbo o una calada la mala noticia de que si hay un lugar en el cual se puede ser total y realmente emancipado y espontáneo es en este, cómo? Después de tantos siglos de esclavitud y servidumbre en nuestro genes. ¡Cómo!

Desde entonces nos volvimos más cuerdos, más infelices y menos libres, y fue una elección hecha deliberadamente por mí para salvarle de ese monstruo ingenuo y pícaro que es pasar el tiempo divagando de un lugar a otro, caminando por las calles de la madrugada, distraídos sin tomar en cuenta que en esa esquina donde un niño harapiento limpiaba un parabrisas no pasaba nada o que en los bares donde iba la gente que no conocíamos ni conoceremos nunca, porque eran y serán gentes de otra clase, si existen de por sí las clases sociales entre las gentes, no le ha dado a nadie por desenmascarar y denunciar que lo único que nos divide es el aire, la brisa, el viento o el oxígeno que no vemos ni de día ni de noche, ese oxígeno que ni queremos ni querremos desenmascarar y denunciarlo nunca. ¿Cómo liberarla de ese miedo tan deprisa? ¿Para qué precipitarla hacia ese influjo de la felicidad aislada?

Por eso la miraba fijamente y me huía enrollándome en un antifaz rojo y moralino, observándolo todo desde una lupa gigantesca e infinita, desde el punto de vista extendido y manoseado tantas veces por todos los niños prejuiciados que me sonreían dentro esperando chocarse intempestivamente con una buena idea o caramelo o como si fuera una señorona al borde de intensas crisis histéricas de criticismo urbano.

Mañana vendrá, sin saberlo, a meter todos sus mundos en esta pequeña habitación que se derrumba, luchando en silencio con sus pequeñas habitaciones que se le derrumban dentro del pecho, y yo no tendré más remedio que el de fingir estar haciendo lo debido y lo correcto, como si de verdad alguien hubiera vuelto de la muerte a revelarme el camino. Como si un tal Cristo se hubiera quedado con nosotros a enseñarnos a vivir; pero ese Jesús tuyo en el que aún dudas se fue una mañana del tercer día porque no soportó siquiera uno más en este mundo y en su cuerpo. Y así no matarás, no robarás, no fornicarás, no más ni a ras, ni etcétera. ¡Todo está tan anticuado y tan testamentado!

Qué sé yo, tal vez deberíamos de empezar a jugar a la Tachuela; ir hundiendo pequeñas cinchas de colores sobre todas las leyes humanas que no comprobemos en nuestros cuerpos y nuestras mentes, quizás ir tachando cada sórdida experiencia, cada emoción encumbrada en lo desconocido y perentorio, cada encuentro o desencuentro, hasta que sólo quede el temor de no sentir miedo, hasta caernos felices en la espiral del caos que se esconde en la risa que nos mutilan cada día a fuerza del hacer y del tener, hasta dejar de querer representar por fin los personajes que nos imponen y que no podremos representar nunca, es decir, empezar a ser sólo tú y yo, tachándolo todo: en la plaza, Tachuela; en el parque, Tachuela; en las calles, Tachuela; en los bares, Tachuela. En los ojos de todas las otras miradas que observamos mirándonos: ¡Tachuela! O mejor, ser tú, Maga, y yo, Oliveira, a nuestra manera y en la que podamos, estar y siempre y ¡basta!