Me gusta dominicar,
así bajito,
entre el güiro y la guitarra:
“¡Mi música, carajo…
…atrás, delante, circular!”,
bailando-la Merengue o Bachata;
también me gusta irme, malgastarme,
es cierto, entretenido
en otras abstracciones
más allá de aquél descubrimiento de la isla,
cuando el sabor, amargo,
por la piel de mi garganta, baja romeándome
ardiente tras el elixir delicioso de la dicha,
ese que me embriaga la consciencia
hasta ahogarla en el olvido,
con cada sorbo… trago a trago;
y mi sudor y mi frío, también me gustan,
y mis muchachas en el barrio,
voceando alocadas tras los patios
“¡coño, pon el reggaetón!”;
me enardecen, me entusiasman tan bien
los colmadones, que, de Frías colmados,
visten de precarias alegrías transitorias
a las gentes que saben, que sienten,
cómo baja el absurdo desbandado en capicúa…
y los otros que reniegan de los otros,
sí, me alborozan el júbilo y la rabia,
o un decirles “vengan, despacio, y sin miedos,
para enseñarles, que tanto me gustan sus grandes edificios
o sub-rascacielos de avanzada a los que trepo en ascensores,
como las casas de cinc y de madera de los alrededores del suburbio”,
eso sí, me gusta también estar bien con el olor del papel,
que, de mano en mano, de billete a moneda,
baja convirtiéndose de pronto en un menudo,
en un sonido inoportuno e indiscreto en el bolsillo;
y la Salsa que, Humana, atrevida,
marcándome una danza va y me para de la silla,
convidando mi cuerpo al meneo… y al espanto:
“Mañana es lunes…”, concluyo, en madrugada
y “¡…pa´l trabajo!” en seguida, me sale, afligido,
y me quedo trabado, y murmuro a desganas
el deseo de sumarle al menos otra hora al domingo.
Mi última poesía.
Noviembre Veintinueve, Otoño Dos Mil Ocho.
