Miles Davis & John Coltrane - Autumn Leaves.mp3

martes, octubre 16, 2007

EMERGENCIAS (1)


Estábamos el Fari, Tita y yo, sentados ahí, pensando y gesticulando por turnos. Tita insistía en hacernos saber que al pobre señor abuelo de la tres le quedaban apenas dos horas por dos y yo trataba de no reírme mientras le encapuchaba la boca al Fari con las dos manos para que no le dijera a uno de los de blanco, botones y al pobre abuelito, Don Quijote, y Tita seguía con sus dos ojazos de mármol pulido y sus largos dedos pantomímicos intentando hacernos saber que a Don Quijote le diagnosticarían fumopatía compulsiva y al Fari lo de siempre: anomia existencial.

Lo de Quijote no fue difícil entenderlo y no le di créditos ni al Fari ni a Tita, porque el abuelito tenía unos bigotes evidentemente caballerescos y una fugitiva tos enfisemita que cualquiera que entrara a la tienda se hubiera dado cuenta al instante de que el anciano era justamente el Tuberculoso Borracho Don Bigote de la Barra. ¡Dos por dos pobre abuelito que te embarcas en la pasmosa empresa de levantarte súbitamente de la camilla, buscando, cada vez con menos urgencia, alguna bocana de aire puro que te salve de tu axiomático molino de viento, transfigurado en una sensual verdura de tabaco afeminado. Y Tita, Tita insistía en hacernos señales y muecas de todo tipo para tratar de entretener al Fari e impedirle que se aterrorizara con la cara de preocupación que yo tenía puesta en el rostro; «Dulcinea», susurraba.

Llevábamos treinta minutos sin que a nadie le pasara por la mente ni por los estetoscopios (el Fari apodaba audiófonos MPcuatrocientos cincuenta mil novecientos veintidós) que nosotros estábamos ahí en medio de la rebobinada vida de la medicina expeditiva, esa vida de eternas batas blancas y guantes recién puestos con la indiferencia e inexpresión con que los mismos días de tragedias ajenas van llegando y yéndose intactas, cuando uno de los botones supuso, al pasar cerca de los banquillos donde estábamos, que el corazón del Fari quería oír, por curiosidad, lo que estaba sonando en su audiófono MPcuatrocientos cincuenta mil novecientos veintidós, así que se lo puso en el pecho y el Fari le miró asombrado porque el botones había adivinado donde estaba su oreja, y entonces se lo llevaron en breves pasos parsimoniosos de uno en uno a la cinco; y ahí estábamos, Tita, con el gesto amable de quien sabe que lo mejor en esos momentos es no decir ni una sola palabra hasta que el especialista pida información, historia clínica, seguro médico o tarjeta de crédito si no se tiene debito efectivo, el Fari, que, por disposición del botones, estaba tirado boca arriba en la camilla de la cinco con el torso desnudo y pidiendo a la camarera un ron a la roca sobre hielo raso…